Oda a la duda
Hay momentos para ejecutar y hay momentos para reflexionar. Como plantea el libro «Pensar rápido, pensar despacio» de Daniel Kahneman estos dos sesgos cognitivos son distintos. Y no siempre dominamos ambos. Pero al trabajar en equipo -ya sea en la empresa o en el ámbito familiar- puedo apoyarme en quienes son distintos a mi y me complementan. Apoyarnos en el otro para llegar juntos más lejos. Eso que hoy digo tan facilmente y pongo en acción de modo bastante natural no siempre fue tan obvio para mí.
A mi desde chica me hicieron creer que la duda era un signo de debilidad y que la certeza era superior.
Las dudas y las interrogantes calaban profundo en mi, sin embargo alrededor mío veía como la gente a medida que crecía se iba convenciendo más y más de sus posturas, cerrándose muchas veces inclusive al diálogo. Distintos convencidos pasaron por mi vida gritando sus certezas y cual Nelson de los Simpsons queriendo burlarse de mi duda. Por lo que estaba convencida que mis dudas era algo que debía esconder. Avergonzada de hecho, porque no tenía una postura certera frente a las distintas elecciones a las que me enfrentaba la vida.
¿Cómo que dudas sobre esto? ¿Cómo no sabes? ¿Para qué escuchas a este? ¿Para qué querés saber tal cosa? ¿Cómo no sabés aún tal otra?
La duda. Esa curiosidad por saber si el camino que elijo es lo que es correcto para mi. Una duda que nos lleva a cuestionarnos sobre uno mismo, a aprender sobre realidades muy distintas a la mía con el afán de entender. Intentar entender aún lo que parece incomprensible. Esa curiosidad que busca aprehender y comprender esos otros mundos. Inclusive si es para dejarlos ir luego.
Esa duda ha sido una gran compañera. Como persona introspectiva que soy, el diálogo interno me acompaña hace tiempo, y sigue haciéndolo. Y lo hace de una manera no neurótica. No es una rumiación insufrible. Es un diálogo amigable. Y hay circunstancias que lo promueven, como estar en contacto con la naturaleza «no haciendo nada»; o una buena charla.
Escribo esta oda a la duda porque creo que necesitamos recordar que no hay uno de estos sesgos que sea superior al otro. La dicotomía entre certeza o duda es falsa. Son sesgos distintos y complementarios. Y necesitamos ejercitar ambos. Ser asertivo es importante a veces. Pero la duda a pesar de su mala fama también lo es. La duda es la antesala a la elección consciente. Y la elección consciente es la cara sana de la convicción.
Por eso estoy profundamente convencida que la curiosidad, el deseo por conocer es lo que nos ayuda a crecer. Nos abre las puertas a conocer los mundos más allá del nuestro. Permite que nuestro mundo se siga ampliando.
«La vejez comienza cuando se pierde la curiosidad» José Saramago